miércoles, julio 26, 2006

El Más Cruel De Los Consejeros... ¡El Temor!
"Se desmayarán de terror los hombres, temerosos por lo que va a sucederle al mundo, pues hasta los cuerpos celestes serán sacudidos". (Lucas 21:26).
Hay un enemigo común y universal que debemos desenmascarar. No es posible vivir sin luchar con este enemigo oculto. Este enemigo, mora en nosotros. Algunos aprendemos a controlarlo... en ocasiones. Pero ninguno de nosotros consigue eliminarlo por completo.
Durante toda nuestra vida camina un paso detrás de nosotros y a veces, especialmente en los años de la vejez, cuando la vitalidad se desvanece y los problemas parecen multiplicarse, se acerca más y nos pone una mano áspera en el hombro.
Para tratar con él, primero hay que entenderlo. ¿Su nombre? El temor.
El temor es el más ignorante, el más injusto y el más cruel de los consejeros. Es un traidor en nuestro campo: debilita nuestro poder y desanima nuestro propósito.
El temor es una de las armas más poderosas con que el enemigo nos puede convertir en seres inútiles para la obra de Dios y para cualquier labor que valga la pena.
Salomón dice: "El miedo a los hombres es una trampa, pero el que confía en el Señor estará protegido" (Proverbios 29:25).
El temor es la emoción sin respiración e incide en muchos aspectos de la vida.
El temor puede llevar al deseo de quitarse la vida. Se puede manifestar en tacañería hacia la familia y hacia la obra de Dios.
El temor causa el ataque nervioso, el insomnio, la opresión en su vida de oración y la ineptitud en el cristiano para dar testimonio de Cristo.
El temor es una fuerza muy poderosa que Satanás quiere usar contra usted para causarle "estrés", enfermedades físicas y derrota espiritual.
Sólo la eternidad nos revelará toda la lucha espiritual que ocurre en el campo de batalla del temor.
Muchos no reconocen el temor cuando pasa por prudencia, prevención o simple discreción. Pero tenemos que salirle al paso a este enemigo y darnos cuenta que en realidad muchas de estas cosas son temores disfrazados que nos perturban grandemente.
Toda persona necesita conocer las formas sutiles que el temor adopta para perturbar su vida diariamente.
Estas formas son: Ansiedad, preocupación, dudas, inferioridad, desilusión, amargura, confusión, nerviosismo, irritabilidad, cobardía, indecisión, recelo, superstición, vacilación, ensimismamiento, depresión, soledad, arrogancia, agresividad y timidez.
Pero, independientemente de cómo se llame o del disfraz que adopte, el temor puede ser eliminado de su vida.
El temor es una maldición para el valor. "¡Tuve miedo!" Esas palabras han sido responsables de más fracasos de cristianos que cualquier otro motivo.
No es que no sepamos dónde estamos parados ni tampoco que no queramos mantenernos firmes. El problema es simplemente que tenemos miedo.
Miedo de fallar, miedo de caerle mal a la gente, miedo de salirnos de la voluntad de Dios, miedo de la ira divina, miedo de lo que nos pueda hacer el hombre, miedo del cáncer, de la contaminación ambiental, de la guerra y del SIDA.
Tememos ser aniquilados en algún momento de debilidad y perder bienes materiales o nuestra superioridad espiritual. Sobre todo tememos a la muerte.
El temor lleva a la gente al mundo irreal del engaño. Nos narran los Evangelios que una noche, mientras los apóstoles remaban en su barca, Jesús se les acercó caminando sobre el agua. Ellos no le reconocieron y se asustaron porque creían que era un fantasma. Por fin lo reconocieron y se tranquilizaron. Y Jesús los amonestó porque tenían poca fe, y su poca fe los había hecho ver fantasmas donde no había nada.
Poca fe puede crear temores; mucha fe elimina los temores.
Poca fe puede crear supersticiones; mucha fe elimina toda superstición.
El temor es una arma del adversario, "porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio", anotó el apóstol Pablo (2 Timoteo 1:7).
Dios nunca inspira la duda y el temor, sino la fe y la valentía. Jesús invitó a Pedro a caminar sobre el mar y éste produjo sus propias dudas cuando quitó la mirada de Jesús y miró las olas.
Debemos comprender que nuestros temores son el resultado de no confiar totalmente en el Señor.
Pidamos al Señor que nos haga ver la estupidez de temer y que nos dé sabiduría para que dirijamos nuestra vida en el sentido correcto, mirando al Señor, y no a las olas.
"Estamos en el infierno cuando nos convertimos en prisioneros del temor y la culpa y la vergüenza vigilan las puertas de nuestra celda"

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